A estas alturas lo único que parece haber conseguido Donald Trump prometiendo la expulsión de 11 millones de inmigrantes es darle un soplo de vida a las, a menudo, aburridas elecciones para elegir al candidato presidencial republicano del 2016.
Ni tanto, diría la réplica, con 15 candidatos en carrera, la disputa es de por si conflictiva, y con bastante munición para la prensa.
Después de tantos años haciendo fintas con su candidatura presidencial, como en el 2011 que intentó notoriedad y no subió del 8% en las encuestas apostando a que el presidente Barack Obama no había nacido en Estados Unidos y se equivocó, Trump parece haber encontrado un tema que lo catapulte.
Y, claro, apela a los sentimientos más bajos de una sociedad: el racismo. El presidente del partido municipal republicano en Perth Amboy, el michoacano Reyes Ortega, ha puesto el dedo en la llaga: lo que quiere hacer Trump se parece a lo que quiso hacer Hitler con los judíos: expulsarlos del país. Regresarlos después de 20 o 30 años de vivir y trabajar en Estados Unidos sería condenarlos a una muerte económica segura.
Lo único cierto en esto cabe en las palabras del presidente del Partido Republicano del estado de Nueva Jersey, Juan Arango, quien nos dijo que los inmigrantes no son culpables de que los hayan dejado entrar; y por lo tanto hay que darle una solución, como lo hizo Ronald Reagan, quien dio una ammistía en 1982.
Sencillamente el plan de Trump es inconcebible. Expulsar a 11 millones de inmigrantes equivaldría a dejar vacías ciudades como Passaic, Paterson, West New York, Union City o Elizabeth que tienen enormes poblaciones hispanas, que, dicho sea de paso, han levantado a algunas de estas ciudades del abandono, la desidia y la postración.
Del mismo modo dejaría las cosechas del condado de Ocean sin agricultores que levanten sus frutos, así como cientos de viveros en pequeñas ciudades, como Clifton por ejemplo, donde los hispanos se dedican a recoger productos locales.
Pero, tranquilos, la propuesta del señor Trump es tan irreal y poco práctica como parece ser su nominación presidencial republicana.
Esencialmente porque no tiene dinero. Como lo leen.
Sus voceros, y el mismo, hablan de que quiere autofinanciar su campaña. Es dificil pensar que Trump se vaya a gastar entre $90 y 100 millones de dólares de su fortuna personal para ganar las primarias republicanas.
La semana pasada, según CNN, en un balneario de Nueva Jersey, en casa de un familiar político de su hija, tuvo un acto de recaudación para un Super Pac ligado a Trump, Make American Great Again. Esta semana le toca buscar fondos en Nueva York y próximamente en Massachussets.
Dice que no busca fondos del público. Pero su asistencia a estos eventos dice lo contrario ¿En qué quedamos?
Supongamos que, en efecto es sincero, y gasta de su bolsillo. Pero para la campaña presidencial -esa es la grande- si remotamente sale electo, tendría que poner más de la mitad de su fortuna personal, valorada en $1,500, en la campaña porque los principales donantes republicanos le vienen cerrando las puertas, entre ellos los más importantes: los Hermanos Kosh (ver politico.com) con $900 millones para gastar. En esa tienda el mensaje contra los inmigrantes y su protagonismo ha caído feo, muy feo.
Es imposible para cualquier economista que Trump financie su campaña presidencial -que no le costaría menos de $1,000 millones, de su propio bolsillo- porque es anti-económico, una muestra de mala gestión empresarial de fondos propios, y sobrepase a los millonarios que le precedieron.
A saber, Ross Perot gastó 70 millones en su campaña corriendo como candidato independiente en el año 1992; Michael Blommberg gastó $268 millones en sus campañas para ganar la alcaldía de Nueva York; y Jon Corzine gastó $62 millones para ser senador por estado de Nueva Jersey.
Dificulto que él quiera ser el primero en esa lista. ¿O sí?
Gery Vereau
Publicado el 03 Septiembre 2015